lunes, 5 de septiembre de 2011

Entretiempo

¿Qué hacemos las madres y los padres durante este inclemente entretiempo, ese limbo que transcurre entre el verano que se acaba (aunque todavía haga un calor de los mil demonios) y el regreso al cole? Buena pregunta. Y la hago porque mientras yo y muchos otros padres y madres ya regresamos al trabajo después de darnos unas cuantas zambullidas en el mar, tostarnos al sol como pollos a la brasa y pasarla bien con nuestros hijos, éstos todavía siguen de vacaciones, eternas vacaciones que parecen no acabar nunca!

Pues bien, cada quien se las ingenia como puede. Después de las tres semanas de descanso que me tocaban en mi nuevo trabajo, tuve la suerte de que mi hermano Pedro que nos vino a visitar desde Venezuela, no tuvo reparos en hacer de canguro o babysitter durante los primeros días de su estadía en Barcelona. Una experiencia totalmente nueva para él y que disfrutó enormemente, respondiendo lo mejor que pudo a las incesantes preguntas de por qué, por qué y por qué de mi pequeña de cuatro años.

Una semana duró el babysitting de mi hermano y ¿ahora qué? me pregunté con cierta ansiedad. Pues bien, junto con una amiga que pasaba por el mismo problema que yo, decidimos contratar  una canguro para que estuviera con nuestras hijas, que además son amiguitas desde pequeñas, y las entretuviera mientras sus madres nos íbamos a trabajar. La experiencia ha resultado de lo mejor. Con Natalia, que además les habla en inglés todo el tiempo, se la han pasado super bien. La opción nos pareció mejor que volver a inscribirlas en otro campamento de verano. Mi amiga puso su casa a la orden, compartimos el costo de la canguro por las dos semanas, y una contribución por la comida y las salidas que hacen que pueden incluir antojistos de heladitos, chuches, etc. Creo que como madres mi amiga y yo fuimos bastante creativas y todo nos ha salido requetebien. 

¿Qué han hecho ustedes con los hijos en el entretiempo? Me encantaría saber, espero sus comentarios.

miércoles, 1 de junio de 2011

Como esponjas y loritos

Las madres no dejamos de sorprendernos de lo que nuestros hijos pueden decir o hacer a edades tan tiernitas como la que tiene mi hija, tres años y siete meses. Y es que esta historia de que son como esponjas que todo lo absorben, y como loritos que todo lo repiten es tan cierta... Lean estos brevísimos fragmentos de los comentarios y preguntas que hizo mi pequeña el otro día mientras compartíamos con la familia y amigos el histórico partido entre el Barça y el Manchester United:


- Vamos…, a correr para el otro lado, – le gritaba a los chicos de Guardiola cuando estos se alejaban demasiado del terreno del Manchester, donde tenían que estar.

- Ufff, por poquito! Exclamó varias veces imitando la expresión de alivio de nosotros los adultos cada vez que el Barça estaba a punto de meter un gol pero no lo lograba.

- ¿Por qué mami? ¿Por qué hacen eso?, preguntó extrañada al ver que los jugadores saltaban y se abrazaban cada vez que marcaron los dos hermosos goles con los que le ganaron al Manchester.

- Ah! Qué bien jugaron! Fue la correcta sentencia que emitió al terminar el juego.

- ¿Y eso qué es? ¿Una copa? Ah si, como la tuya mami - dijo señalando la copa de vino que yo tenía en mis manos para celebrar – pero más graaaaande, claro!

Como nos reímos esa noche por el triunfo y por las divertidas ocurrencias de mi niña.

martes, 26 de abril de 2011

A paso de tortuga...no, de caracol.

Todavía no puedo creer lo que me pasó hoy. O estoy perdiendo la cordura o la estoy recobrando a punto de maternidad. Sinceramente, creo que es lo último, y eso me hace feliz.


Resulta que este primer día de colegio, después de las vacaciones de Semana Santa, decidí cambiar un poco nuestra rutina matutina para permitirnos tener un poco más de tiempo para todo.

La noche anterior puse la alarma para que sonara veinte minutos antes de lo acostumbrado. Cuando sonó, en lugar de quedarme en la cama “cinco minuticos más por favor”, me levanté enseguida y me fui a dar una vigorosa y revitalizante ducha de agua tibia (todavía no me atrevo con el agua fría, aunque ya se fue el invierno).

Enfundada en mi bata de baño y con una toalla tipo turbante en mi cabeza para secarme el cabello, me fui a la cocina a prepararme un rico café. Me senté en el sofá de la sala de estar a saborear mi cafecito y a meditar un poco, o más bien, a pensar en nada (si tal cosa es posible).

Con la misma sorprendente calma me vestí, me sequé el cabello, me puse la cremita anti-arrugas, me rocié el perfume preferido y hasta tiempo tuve para maquillarme meticulosamente. Todo en paz, casi en estado de levitación total.

A todas estas, mi pequeña Lucía aún dormía profundamente. Cuando se despertó, ella también parecía estar contagiada de esta inusual calma. Sonriente accedió a levantarse, sin quejarse y sin decir que no quería ir al cole, lo que hace algunas veces. En ese punto, comencé a preguntarme qué nos estaría pasando, pero decidí aceptar los hechos y no cuestionar nada.

Desayunamos en paz, devorando hambrientas nuestros platos de cereal. Lucía prácticamente se vistió sola, me dejó que le cepillara los dientes sin rechistar y se puso la chaqueta a la primera vez que se lo pedí. La toqué a ver si tenía fiebre o algo; me pellisqué en el brazo para asegurarme de que no estaba soñando.

Miré el reloj y me di cuenta de que todavía era demasiado temprano para salir, aún teníamos tiempo de sobra, así que aprovechamos para leer uno de los cuentos preferidos de Lucía (insólito, jamás podemos hacer eso en las mañanas).

Salimos de casa y caminamos tranquilas hasta la parada del autobús. Esta vez tomamos uno que pasa más temprano al que usualmente abordamos. El trayecto hasta el colegio, que normalmente caminamos un poco apuradas, lo hicimos a paso de tortuga, haciendo tiempo para no llegar al cole demasiado temprano y encontrarnos las puertas cerradas aún.

A ese paso, típico de paseo dominguero, puede uno ver muchas cosas a las que normalmente no prestas atención, al menos no en un día de semana. Vimos por lo menos una docena de alegres pajaritos, unas hermosísimas rosas amarillas en un jardín envidiable, un abuelo con cara de felicidad contándole una divertida historia a su nieto y… un CARACOL. Si, un CARACOL.

Yo tenía años que no veía un caracol de verdad. Lucía y yo nos quedamos fascinadas, observando cómo se movía, con su característica parsimonia y lentitud, congeniando con un grupo de hacendosas hormigas en plena faena. Allí nos quedamos un buen rato, hasta que miré el reloj y me percaté de que ahora si debíamos apurarnos porque de lo contrario llegaríamos tarde al cole. Ay, ¡qué estrés!











martes, 29 de marzo de 2011

El autobús, la pataleta y una taza de té.

Creo que mi hija, de tres años y medio, me está pasando factura. Con ello quiero decir que pareciera que estuviera cobrándome el hecho de que la haya dejado unos días (quince para ser más exacta) para irme de viaje a Londres.

Digo esto porque lleva ya más de una semana haciendo unas pataletas horribles. No ha sido todos los días, pero con la suficiente frecuencia como para ponerme los nervios de punta. La mayoría las ha hecho cuando estamos en casa, pero al menos un par de veces estas pataletas las ha hecho en la calle, en público.

La de hoy fue mientras íbamos en el autobús, nada más y nada menos, ya de regreso a casa, después de recogerla en el colegio y llevarla a jugar un rato al parque. El lío que armó porque no quise comprarle un dulce de chocolate (ya era cerca de la hora de cenar), fue de película.

Imagínense la escena: el autobús repleto de gente hasta el tope, ella sentada en mis piernas en el único asiento que minutos antes un joven y fornido caballero finalmente nos cedió, ella moviéndose como si fuera una lavadora en el ciclo de spin, en un esfuerzo por librarse de mi firme abrazo. Sus gritos casi me dejan sorda, no sólo a mí, sino a todos los pasajeros, algunos de los cuales me miraban como si yo fuera el lobo y mi hija la Caperucita Roja.

Nunca en mi vida había sentido con tanta urgencia la necesidad de respirar hondo, bien hondo y profundo, para mantener la calma y la cordura. Entre tantas miradas, logré divisar la de una madre solidaria y compasiva que me sonrió como diciéndome “tranquila, todas las madres pasamos por esto, ya se calmará”.

Y si, se calmó, pero sólo después que llegamos a casa. El tiempo que duró la susodicha pataleta pareció una eternidad. Ambas quedamos exhaustas; después de la cena ella se quedó dormida como un angelito. Mientras tanto, yo apenas tuve fuerzas para comer algo, ducharme y sentarme a escribir estas líneas, con una taza de té de manzanilla al lado de mi laptop.

Y yo que pensaba que esto de las pataletas era una etapa superada ya!

martes, 22 de marzo de 2011

Mamá se va de viaje.

Hace poco estuve fuera de casa dos semanas, lejos de mi pequeña hija y de mi hogar. Tuve que viajar a Londres en asuntos de trabajo, entre otras cosas, para explorar algunos proyectos profesionales que me interesan.

Desde que tengo a Lucía conmigo, creo que sólo me he separado de ella en dos ocasiones, tres contando ésta, y ha sido por unos días apenas, nunca por 15 días como ahora!

Tengo que decir que me han costado muchos estas separaciones. Sé que la dejo en muy buenas manos, en la casa de mi hermana, su tía adorada. Y no es eso lo que me inquieta, es el hecho de que me hace muchísima falta.

Estamos siempre tan juntitas, tan unidas…y dos semanas es muchísimo tiempo para que madre e hija anden por ahí, cada una por su lado. Ya vendrán los tiempos en que así sea, cuando crezca (ahora tiene tres años y medio) y quiera salir con sus amigos y hacer sus propias cosas. Igual mi plan es que siempre podamos compartir momentos únicos entre nosotras.

Hablamos todos los días por teléfono. Me lo quería contar todo de una sola vez, fue rico escuchar su dulce y tierna voz al otro lado de la línea, haciéndome un resumen de lo que había hecho en el día. Entre otras cosas descubrí que es una niña empática y solidaria. Un día le conté que en Londres estaba lloviendo mucho (como para variar) y en seguida me preguntó: “¿mami, tienes paraguas? No te mojes”. Eso me derritió el corazón en esa tarde fría y gris en la ciudad que adoro, a pesar de su clima.

Claro, mentiría si les dijera que no disfruté de tener un poco de tiempo para mí misma, redescubrir mi independencia, poder dormir toda la noche sin sobresaltos, salir a comer o tomarme un vinito con los amigos, y andar a mi propio ritmo.

Pero lo cierto también es que después de varios días sin mi hermosa criatura, ya quería regresar a casa, para abrazarla y comérmela a besos. El tiempo sin ella me pareció una eternidad.






miércoles, 16 de febrero de 2011

¿Qué hacer cuando cuándo los hijos tienen un mal momento?

Esos instantes que a veces pueden durar minutos, horas o hasta días, en los que mi hija se comporta con terquedad, rebeldía y antipatía, hago lo que ya he aprendido a hacer a fuerza de cometer muchos errores, de tanto leer libros de “expertos”, y de compartir experiencias y fórmulas con otras madres, a ver cuál funciona.

En lugar de molestarme y de formar yo también una pataleta (he estado a punto varias veces), lo que hago es esto: cierro los ojos, respiro profundo, cuento hasta diez, me imagino a mi misma como una niña de tres años y medio, me agacho para ponerme a su nivel, la abrazo fuerte y le digo que la quiero. A partir de allí, poco a poco, podemos comenzar a hablar y a entendernos.

Parece sencillo, pero en realidad no lo es. Cada uno de estos pasos me requiere un esfuerzo enorme, por mantenerme en control, con paciencia y respirando (no me olvido de respirar largo y profundo).

Con la práctica se me está haciendo más fácil cada vez, y algo que me ha ayudado muchísimo a lidiar con mi hija cuando está en sus peores momentos, es dejar de pensar que ella hace estas cosas a propósito, con la sola intención de hacer enfadar a su madre. No, los niños a estas edades no son maquiavélicos, ni quieren fastidiarle la vida a los demás porque si. Lo que quieren es que seamos empáticos con ellos, que los entendamos, que les prestemos atención, que les pongamos límites con respeto, con amor y con la firmeza necesaria.

En un lugar muy visible en mi casa, tengo un papel con algunas frases tomadas de un blog que me encanta http://theparentingpassageway.com/, sobre lo que podemos hacer cuando nuestros hijos están en su peor momento. Aquí las comparto con ustedes:

Mantenga la calma (un gran reto este, el de mantener la calma cuando los hijos lloran, chillan y hacen sus pataletas).

Haga gestos y movimientos suaves con sus manos cuando se acerque a su hijo/a.

Demuestre amor hacia su hijo/a, aún cuando en ese preciso momento se le haga difícil expresarlo.

Tenga la seguridad que este mal rato pasará pronto (Estos malos ratos parecen eternos, así que hay que pensar en el trillado refrán de “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista).

Si no se siente capaz de manejar la situación con calma, delegue la tarea en alguien más en la familia. Esto no significa que haya fracasado en su intento de lidiar con su hijo/a, sólo significa que usted es un ser humano. (En mi caso, que paso la mayor parte del tiempo sola, lo que hago es salir de la habitación donde nos encontremos las dos, o al frente de la casa, para respirar un poco de aire puro y volver).

Sepa que su hijo no se comporta de esa manera a propósito. (No, todavía no)

Es importante que entienda que su hijo/a la ama y lo que más quiere en este mundo es mantener el contacto con usted.

Es bueno que sepa que no hay un hogar que sea perfecto, donde reina la paz todo el tiempo.

Usted está haciendo lo mejor por su hijo/a. (Sea amable consigo mismo, no se culpe).

Suerte!

Nota: las frases entre paréntesis y en itálica son agregados míos.

lunes, 31 de enero de 2011

Leer, divertirse y aprender

Sigo con el tema de la lectura. Hoy quiero comentar brevemente sobre estos maravillosos cuentos en inglés que descubrí hace poco y que estoy disfrutando muchísimo junto a Lucía.

Se trata de los libros Barefoot Books, una iniciativa que comenzaron dos madres estadounidenses en la década de los noventa y que hoy en día es toda una empresa global, a cuya red están suscritas miles de mujeres especialmente en el mundo anglosajón. Yo me acabo de afiliar a este grupo y he comenzado a comercializar estos libros entre mis amigas y conocidas.
http://www.barefootbooks.com/marketplace/23886/

En casa ya tenemos varios de nuestros títulos favoritos:
Off we go to Mexico, We´re Sailing to Galapagos y Here We Go Round the Mulberry Bush.

Son unos libros hermosos, super bien diseñados y con temáticas inspiradoras. Yo los estoy utilizando para enseñarle un poco de inglés a Lucía. A ella le fascinan y yo los encuentro muy divertidos.

Hasta el 8 de febrero hay una oferta de 60%.

Comparte esto con otros, gracias! 




  

viernes, 28 de enero de 2011

Lecturas de mamá

Para mi la lectura es un espacio para soñar,
imaginar y recrear el mundo.
Me gusta muchísimo la lectura. En mi vida me he gastado pequeñas fortunas comprando libros. Cada vez que me mudo a una nueva casa o a otro país (cosa que he hecho con una frecuencia inusitada), llevo conmigo pesadas cajas con mis libros más preciados. Soy de las que puede leer varios libros al mismo tiempo, es decir, alternando entre uno y otro, dependiendo del ánimo y el humor particular que tenga.

Me encanta leer un buen libro acurrucada en el sofá, con una taza de té o una copa de vino tinto al alcance de mi mano. Leer así es una de las cosas que más extraño de mi vida antes de la maternidad. El tiempo ahora es más escaso, leo casi a hurtadillas, por las noches muy tarde o aprovechando las siestecitas que hace mi hija (que por cierto ya son cada vez menos).

Leyendo uno de mis cuentos favoritos:
Juan y las habicuelas mágicas.
Por fortuna a mi hija de tres años y medio le encanta la lectura también. Los ratos que pasamos juntas leyendo son deliciosos. Disfrutamos mucho el ritual por las noches, antes de irse a la cama, de leer uno o dos de sus cuentos favoritos. Ella misma busca en su cuarto los libros que quiere leer y ya no se conforma sólo con que yo lea las historias, ahora ella también quiere darme su propia versión del cuento. Se sabe de memoria Juan y las habichuelas mágicas y El lobo y los siete cabritillos. 

En esto de la lectura pongo mucha dedicación, porque quiero inculcarle y reforzarle a mi pequeña ese mismo amor por los libros que aprendí de niña, el gusto por la narración (me fascina leer en voz alta) y por todo ese mundo extraordinario de personajes mágicos que surgen de la creatividad literaria.

Por mi parte, seguiré leyendo, como sea y dónde sea. En la mesita de noche junto a mi cama me esperan Blanca vuela mañana, de Dulce Chacón; No hay silencio que no termine, de Ingrid Betancourt; y Faulks on Fiction, de Sebastian Faulks. Y claro, allí junto a mi pequeño libro de oraciones, siempre tengo dos clásicos que se han convertido en libros de cabecera para mi: Tu hijo, de Benjamin Spock; y Entre padres e hijos, de Hiam G. Ginott.

domingo, 2 de enero de 2011

¿"Como se hacen las letras"?

En esta aventura de la maternidad hay momentos muy especiales que representan hitos en el desarrollo de nuestros hijos y que nos llenan de satisfacción y también de asombro. Hablo por ejemplo de cuando nuestro bebé finalmente deja el pañal, aprende a usar el orinal, agarra los cubiertos para comer, comienza a decir sus primeras palabras, etc, etc.

Durante esta Navidad y Año Nuevo mi hija, que ya tiene tres años y tres meses, dio uno de esos saltos cualitativos que lo dejan a uno boquiabiertos. Les hago el cuento corto, es una historia muy sencilla pero yo como mamá estoy feliz.

Estábamos las dos muy tranquilas en la sala de la casa de mi hermana (donde celebramos las fiestas), yo escribiendo en el ordenador y mi hija dibujando y pintando con un juego de lápices de colores que le habían regalado, cuando de pronto viene hacia donde estoy yo, me da uno de sus lápices, una hoja en blanco y me pregunta: Mami, ¿cómo se hacen las letras? Dios Mio – pensé – ¿por dónde empiezo esta tarea? No puedo enseñarle el alfabeto completo así de entrada. Ella me miraba impaciente, así que lo que hicimos fue comenzar por la fórmula tradicional del A-E-I-O-U.

Varios días después me enseñó orgullosa una hoja repleta de la letra A, en diferentes tamaños y colores. Ahora vamos por la E…y a esto le ha agregado ahora el interés por aprender a escribir los números.

Así que además de divertirse, recibir muchos regalos y hasta recuperarse de una fuerte gripe, mi pequeña ha aprendido cosas nuevas.