jueves, 16 de diciembre de 2010

Bob Esponja es mi aliado

¿Qué tenemos en común Bob Esponja y yo? A mi hija, por supuesto. Este muñeco en forma de esponja que sus fabricantes describen como “extremadamente dulce, bueno, divertido, alegre, amistoso, feliz, trabajador, y sobretodo muy confiado”, tiene fascinada a mi hija. A decir verdad el muñeco es feo, bien feo, pero es cautivador.


Entre muchas otras, ésta es una de las cosas que aprende uno a disfrutar muchísimo como mamá: la presencia de estos personajes infantiles que no sólo se convierten en compañeros inseparables de nuestros hijos, sino que pasan a ser unos estupendos y oportunos aliados para padres desesperados.

El otro día, por ejemplo, mi hija no quería cepillarse los dientes antes de irse a la cama. Después de un día intenso ambas estábamos cansadas, a mi ya no me quedaba mucha energía, paciencia ni creatividad para convencerla. La dejé sola unos minutos en el cuarto, me fui a la sala, respiré profundo, conté hasta diez y justo cuando iba a buscarla de nuevo vi a Bob Esponja sentadito allí en el sofá, con sus ojos redondos y grandes, y sus enormes dientes. Me pareció que me hacía un guiño y se confabulaba conmigo. Así que lo llevé conmigo al cuarto y le dije a Lu: “Bob Esponja sí se va a cepillar sus dos dientes, ¿quieres acompañarlo?”. Dicho y hecho, saltó de la cama y nos fuimos todos al baño a cepillarnos.

Gracias a Bob, y a Dora la exploradora, a Garfield, los Teletubbies, Winnie Pooh… ¿Qué haría yo sin estos leales y solidarios aliados?

lunes, 6 de diciembre de 2010

Cuando ellas vienen, yo voy.

Una de las cuestiones que más retos me ha planteado el hecho de convertirme en madre por primera vez a una edad madura, es que de pronto me doy cuenta que la mayoría de mis amigas, contemporáneas conmigo, ya han terminado de criar, mientras yo apenas comienzo este proceso.

De pronto ellas se sienten libres de nuevo para dedicarse a otras cosas y retomar proyectos olvidados o postergados. No quieren saber nada más de niños, biberones, pañales, meriendas para el cole, etc, etc. Sus hijos ya están más grandes, han dejado el nido para ir a estudiar a la universidad, iniciar una carrera profesional de éxito en otro lugar, o para casarse. Algunas hasta ya son abuelas, otras están a punto de retirarse del trabajo.

Y entonces pienso en todo lo que me queda por delante…respiro profundo, cuento hasta diez y vuelvo a empezar. Cuando me recuerdan que el tiempo pasa muy rápido y que mejor disfrute de mi hija ahora que está pequeña, me sacudo estos pensamientos de agobio y me meto de lleno a vivir mi presente con intensidad y alegría.

Y si, estoy clarísima que mi retiro tendrá que esperar muchos años más.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Biberones calientes, sudores y fuegos

A mi me encanta leer libros donde abundan los testimonios de gente común y corriente como yo. Me gusta verme reflejada en las experiencias de otros, saber que comparto con el mundo las alegrías y las penas de la vida, sus dilemas y sus retos. Es la versión virtual de sentarse en un café a compartir historias con mis amigos más cercanos.

Cuando estaba esperando la llegada de mi hija que ahora tiene tres años, me leí muchos libros. Hubo uno en particular que disfruté mucho, no sólo por el tema, sino por lo bien escrito que está, y que ahora recomiendo a todas aquellas madres que como yo, deciden ser mamás por primera vez bien entrada la década de las cuarenta y hasta la de los cincuenta.

El libro está en inglés (no he visto traducción al castellano), y el título me parece muy acertado: Hot Flushes, Warm Bottles, que yo traduzco como “Entre biberones calientes, sudores y fuegos”. La autora, Nancy London (http://www.mothersoverforty.com), nos cuenta su experiencia personal y la de muchas otras mujeres que narran su propio camino hacia la maternidad en sus años maduros, una senda llena de retos y también de triunfos.

Es una guía maravillosa que nos ofrece consejos y sugerencias para crecer como madres seguras, en un mundo que venera la juventud. El libro ofrece soluciones creativas sobre cómo superar la fatiga física que acompaña a la madurez, y cómo sobrevivir lo que la autora llama “el choque de los titanes”, cuando se encuentran juntas la maternidad y la menopausia.

Me leí con especial atención las reflexiones de la autora sobre cómo lograr el equilibrio entre la maternidad y una carrera profesional en su etapa de mayor productividad. Justamente, en eso estoy yo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La energía maternal: prohibido cansarse.

“Abandonaste tu blog sobre madres maduritas y eso es imperdonable”, me dijo el otro día una querida amiga durante un rico almuerzo en Barcelona. Y si, tiene toda la razón. No escribo desde hace un año!!!!!!

Fue tan enfática mi amiga en su recriminación (lo cual le agradezco) que aquí estoy, sentada de nuevo frente a mi compu para retomar estos pensamientos, reflexiones, ideas y etcéteras de mi vida como mamá de más de 40 años y más. Y bueno, no me quiero justificar, pero es que los días se pasan tan rápido; entre el trabajo y las obligaciones de la casa, a veces faltan fuerzas para tantas cosas.

Aprovecharé para hablar de energía, ese bien tan preciado, no sólo para el medio ambiente sino también para nuestros cuerpos de mamá. Comienzo diciendo que, a mi modo de ver, esto de las energías que hay que tener para ejercer este oficio de la maternidad parece ser igual para todas las mujeres, jóvenes o no tan jóvenes.

En el camino que recorro diariamente para dejar a mi hija en su colegio, veo a madres apuradas, estresadas, corriendo, casi sin aliento, por llegar a tiempo aquí, allá, a todos los lugares donde se reclama nuestra presencia. Y las veo tan cansadas como yo, utilizando su energía al máximo. Y la edad no parece importar, de verdad. Todas sacamos energías de donde no tenemos. Las recargamos por las noches, en las bien merecidas horas de sueño, unas veces generosas, otras más bien escasas y mezquinas.

Estoy convencida de que para generar energía y vigor hay que invertir tiempo y espacio para el ejercicio físico. Desde que hace unos meses me decidí a retomar el hábito de ir a nadar por lo menos 2 ó 3 veces por semana, me siento mejor, con más bríos, más ímpetu, más fuerzas. No sé de donde he sacado tiempo para hacerlo, pero lo consigo y es lo mejor que he podido hacer por mi misma y por mi pequeña hija, que disfruta de una mamá más relajada y contenta. Es una receta simple y antigua, pero tan cierta como que dos más dos son cuatro.

¿Quieren compartir conmigo sus comentarios sobre la energía maternal y/o paternal? Prometo no desaparecerme otra vez.