sábado, 14 de junio de 2014


Debemos enseñar a nuestros niños a enfrentar la violencia con más violencia?

Es obvio para mí, y estoy segura que para muchos de ustedes también, que la respuesta a esta pregunta es un rotundo NO. Lo que me sorprende es que haya muchos padres y madres para quienes la respuesta es un rotundo e inequívoco SI.

Paso a contar una anécdota de lo que presencié hoy en una fiesta de cumpleaños, la última de este año escolar a la que asistimos (¡gracias a Dios!). Lo que pasó me motivó a sentarme frente a mi computadora a escribir tan pronto como llegamos a casa:

Todo comenzó muy bien. Una gloriosa y soleada tarde de verano en un agradable parque de aventuras en la localidad de la costa mediterránea donde vivimos, era el ambiente perfecto para disfrutar y ver cómo nuestros niños se divertían. Había una serie de juegos y talleres al aire libre con los que mantener entretenidos a los pequeños. Luego vino la merienda, la torta o pastel de cumpleaños (que en este caso no era el pastel tradicional sino más bien una rosca con varios huevos Kinder de chocolate, uno para cada niño) y la apertura de los regalos por parte de los cumpleañeros. Después vino el rato para el juego libre, jugar y jugar, cada quien con quien quisiera, mientras los padres y madres hablábamos de las mismas tonterías de siempre. Hasta ahí todo muy bien.

De pronto vimos como un niño, por cierto uno de los más tranquilos, amables y educados de la clase de mi hija, venía corriendo hasta donde estaba su mamá, llorando desconsolado y con la mano sobre la sien derecha. Cuando su madre le apartó la mano para ver lo que le había ocurrido, lo que tenía era un hematoma enorme, lo suficientemente inflamado como para que no pudiéramos verle la mitad del ojo.

-          ¿Qué te pasó? ¿Te has caído? ¿Cómo ha sido esto?, le pregunto la madre sorprendida y ansiosa, pero en control total (¡ella también es elegante, educada y amable!)

-          No, no…, dijo él.

-          Pero entonces, ¿qué te ha ocurrido?, insistió la madre.

-          Ha sido fulanito de tal (no voy a utilizar nombres reales por razones obvias), me ha pegado con la raqueta de ping-pong.

-          Pero, ¿por qué? ¿qué ha pasado?, continuó la madre en su intento por indagar más en el hecho.

-          Bueno, estábamos jugando con la  raqueta de ping-pong, y él me la quería quitar… yo no quería que me la quitara…yo lo empujé y al final él pudo más que yo,  me la quitó y después de que me la quitó me pegó duro con ella en la cara.

De inmediato, la madre le comenta lo sucedido a la otra madre, y ésta fue a hablar con su hijo.  Al volver, ambas madres se sentaron y la madre del agresor (le tengo que llamar así porque no hay otra palabra para describirlo) le comenta a la madre del agraviado lo apenada que está y pide disculpas. Todo esto al tiempo que comenta lo siguiente a manera de justificación o defensa, o para empeorar más la cosa, la verdad es que no lo sé:

-          Qué pena, me siento mal, porque yo le he estado enseñando a fulanito que si le pegan que se defienda y devuelva el golpe, porque no puedo permitir que a mi hijo le peguen. El otro día le pasó con un niño en el colegio que le quiso pegar y a partir de allí le estamos enseñando a defenderse, dijo la madre del agresor. 

-          Bueno, pero por lo que me cuenta mi hijo lo que él hizo apenas fue empujarlo, y tu hijo respondió quitándome la raqueta a la fuerza y golpeándole en la cara. Me parece un poco desmesurada su reacción, dijo la madre agraviada.

-          Bueno, pero es que tiene que saber defenderse, agregó la madre del agresor.

-          Pero no es la mejor manera…, comentó la madre agraviada.

Y allí me metí yo en la conversación, porque no pude aguantarme más:

-          ¿Pero tu realmente crees que la violencia se debe enfrentar con más violencia?, le pregunté a la madre del agresor.

-          Claro, y si no, ¿de qué otra manera?

Los argumentos de que es mejor enseñar a los niños a comunicarse de manera positiva y asertiva para resolver conflictos cayeron en oídos sordos.

-          No, yo lo que creo es que tengo que advertirle que no puede pegar a los amigos de su clase…pero si es cualquier otro niño, pues sí, porque tiene que defenderse, insistió.

Insistí en mi argumento pero sin éxito. Hasta ahí lo dejé. Me levanté de la silla y me fui a hablar con otros padres y madres, de otros temas. Si algo he aprendido en esta vida es a administrar bien mis energías y la conversación estaba comenzando a indignarme y desgastarme.

Qué lástima que todavía haya familias que pierden una valiosa oportunidad de desalentar la violencia y en su lugar criar mensajeros de paz.  

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